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La pena es una manera de aceptar, quizá también de sanar, el dolor, dicen. Como también dicen que quien canta, su pena espanta. Dicen. Y ya pueden decir, que hasta que uno no se encuentra de frente con el dolor, con la pena y con la canción no puede ni imaginarse de que están hablando.
Enrique Cubero recibió la visita de tragedia como ésta siempre llega por anunciada que esté: sin estar realmente preparado. ¿Acaso alguien lo está? .
El cáncer que se llevó a su esposa, Olga, hizo tambalearse los cimientos su vida. Su día a día, a partir de ese momento, iba a ser lógica y desafortunadamente otro. Empezó a convivir con la herida, con la tristeza y con una de esas ausencias más inevitables que cualquier presencia. Y al final, como músico que es, empezó a cantarles, claro.
Este álbum grabado en directo en diciembre de 2017 en las Bodegas La Veguilla de Olivares de Duero de Valladolid, no se entiende sin su contexto. O quizá sí. Porque es importante saber que Enrique empezó a componer estas canciones tres meses después de la prematura muerte de Olga sin otro ánimo que el de reordenar su cabeza y su mundo tras una experiencia vital tan traumática. Pero, hasta sin conocer esta intrahistoria, Quique dibuja la tristeza es un disco con cuyo temblor, con cuya belleza rasgada, es imposible no empatizar.
El resultado, un album que ha sido elegido por la crítica como uno de los mejores trabajos discográficos del 2018.
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