Descripción del producto
La figura de Teófilo Arroyo, a quien conocí en las años 60 cuando él colaboraba con el grupo de danzas burgalesas Justo de Río, se merece un emotivo reconocimiento. La música la hacen las personas, no cae del cielo, algunas de esas personas que la hacen entran en la historia por méritos propios que a veces vienen avalados, como en este caso, por el buen hacer previo de otros, generalmente familiares, que antes que ellos van preparando el camino. Se forman así sagas o grupos familiares cuya historia se hace imprescindible si se quiere conocer por qué un gran artista llega a serlo. En esa época y contra todas las dificultades imaginables, personas como Teófilo Arroyo constituyeron un sólido pilar frente a las riadas que llegaban intentando imponer nuevos ritmos y nuevos bailes.
Teófilo, con espíritu ecléctico pero conservando lo esencial de sus raíces compuso temas que terminaron siendo parte de la misma tradición, animó a nuevos intérpretes a defender la dulzaina como instrumento versátil, participó en multitud de eventos, ganó casi todos los premios posibles y recibió el cariño la admiración de los públicos que tuvieron la suerte de escucharle; llegó a ser un personaje imprescindible en su tierra y un músico admirado fuera de ella. En fin, siempre nimbado de su bonhomía y animado por un espíritu positivo, Teófilo Arroyo fue un lujo para sus amigos, un ejemplo para sus discípulos y un orgullo para su tierra.
Joaquín Díaz
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