El esparto y su humilde presencia ha acompañado las culturas peninsulares desde el paleolítico. La revolución industrial de los años 60 del siglo pasado y el plástico casi consiguió relegarlo del todo y lo sustituyó por otros materiales y objetos de uso cotidiano, aunque resiste de forma nostálgica, decorativa y sostenible.
El esparto está asociado a unos usos, un paisaje y a unos saberes que custodian los últimos herederos de esta artesanía y que corren el riesgo de desaparecer, a pesar de que el esparto sigue siendo una fibra con posibilidades y tirón.
Desde hace algo más de un año, el Ministerio de Cultura trabaja en un Plan de Salvaguarda de la Cultura del Esparto, que ayudará a convertir esta industria que compartimos con otros países como Marruecos, Argelia y Túnez en Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
El esparto vive una nueva juventud en el sector de la moda, por ejemplo, pero para garantizar su supervivencia hay que documentar y difundir su carga cultural y respaldar y formar a los artesanos.
En Pindongas trabajamos con algunos de ellos, que han sabido mantener las técnicas tradicionales y siguen elaborando piezas que no han perdido ni una gota de funcionalidad, con un especial encanto de sabor añejo.
